Historia
Los Aztecas atribuyeron el origen del arte de la platería (Iztacteocuitiatl) a los Toltecas, quienes lo habrían recibido del propio Quetzalcóatl, Señor de los elementos, Serpiente emplumada, Dios ubicuo de la cosmogonía Mesoamericana, quien les entregaba la comunión en Metal. Antes de la llegada de los Españoles los indígenas no hacían uso de la minería, la Plata procedía de vetas que afloraban, arroyos y areniscas en que el metal se precipitaba, pero fundían, labraban y articulaban, piezas delicadas y complejas, que a decir de Motolinía y Fray Toribio de Benavente, ” hacen ventaja y maravilla de los plateros de Europa “.
Su producción era tan abundante que los obsequios y tributos recibidos por Hernán Cortés, antes de la caída de Tenochtitlan, rebasaban en metal precioso, el millón de onzas.
Sobre el Oficio del Orfebre
Habiendo sido inmolado hasta reducírsele a cenizas, se transfigura el espíritu de Quetzalcóatl en brillante estrella de la aurora, desde donde ejerce un invisible imperio sobre esa parcela ambigua de la noche en que los sueños engendran la vigilia, para infundir en su linaje visiones de esplendor antiguo y promesas de un nuevo amanecer.
Y es que el oficio de los iztacteocuitlapitzqui no es del eco o el del retrato, ni el espejo del espejo o el de la copia sino el de sustraer de la antesala misma de los sueños, morada donde el corazón de los predestinados dialoga con los Dioses, tesoros del mundo trascendente, y obligar a brotar con las manos, mediante la tortura sacrificial de la plata, a fuego y cincel, la flor y el canto verdadero de las cosas.